viernes, 21 de octubre de 2016

Así fue el bautizo de la “Plaza Che Guevara”

El profesor Carlos Medina Gallego, en su novela “Al Calor del Tropel”, plasma la cotidianidad del movimiento estudiantil de los años 70. En uno de sus pasajes, narra cómo fue renombrada la plaza central de la Universidad Nacional de Colombia:


En los costados de la Plaza Francisco de Paula Santander, los estudiantes le maman gallo a su inmadurez y aburrimiento. Son algunos de los que bautizaron esa misma plaza “Che Guevara”.

No obstante, allá sobre el pedestal de concreto, como una venganza, el general los mira y se ríe, parece tener, a flor de labios, la frase célebre de “las armas nos dieron la independencia, las leyes nos darán la libertad”.

— “Una libertad que los estudiantes vemos cada día más lejos, más difícil de alcanzar porque el único presupuesto con que se cuenta para ello es el hambre, el analfabetismo, la insalubridad, el frío que produce la falta de vestido y vivienda. Y coma mierda, con eso nadie construye nada, ni una revolución porque se necesita además tener ideas”... había dicho Antonio una tarde sentado en uno de los costados de la plaza. Ese muchachito tierno que, apenas despuntando la vida, cambió la academia por la política, para convertirse, con el tiempo, en una carga de conciencia para aquellos que fueron sus amigos de conspiración, pero que no quisieron convertirse en sus compañeros de lucha...

— “Porque hermano, una cosa es trompiar acá con la policía y la otra es irse a mamar hambre al monte, nosotros no estamos para eso, hay cosas en las que uno no se debe meter y esa es una de ellas, acá uno tiene el merco y un cuarto donde arruncharse, allá se tiene a toda hora la repre a las espaldas...” aseguraba el santandereano una noche discutiendo en
residencias sobre cuál debía ser el papel del estudiante en el proceso de cambio social.

— Mire Antonio -le dijo- yo creo que uno cumple su papel acá a través de la denuncia y la agitación... el monte es para verracos, no para nosotros que somos unos habladores de mierda; que hacemos cosas para cumplir con nosotros mismos, pero hay veces que hasta una pedrea nos queda grande...

— Yo no estoy diciendo que nuestra participación en el proceso tenga que ser necesariamente en el monte, no. Nosotros podemos participar acá, desde la Universidad, pero hacerlo correctamente, creo que debemos pasar de la edad de piedra a la edad de la razón... hay que crear en la gente necesidad de organización, sentimientos de unidad...

— No hermanito... lo que pasa es que usted se nos está mamertiando.

— Pues si plantearse el problema de la organización es mamertiarse... me mamertié y listo.

Después de aquella noche nadie lo volvió a ver. Una tarde llego el negro hasta el sitio en que acostumbraba a reunirse el grupo: un árbol inmenso en una de las esquinas de la plaza. Allí, en torno a la sombra que producía, se sentaban a conversar; traía el periódico debajo del brazo y se le veía consternado; todos comenzaron a hacerle bromas que él pasó por alto, de repente dijo:

— Mataron a Antonio -y les entregó el periódico- los que nos mamertiamos fuimos nosotros, completó mientras miraba a Santander que parecía no importarle lo que sentía.

Días después llegó un Juglar a la plaza; traía el rostro pintado de color blanco y rosado, llevaba el overol con que acostumbraba trabajar, lo estudiantes comenzaron a acercarse al lugar que escogió para la función: una plataforma de concreto en mitad de la cual se levantaba el pedestal que sostenía el Santander de bronce; comenzó el espectáculo con un par de mimos que arrancaron carcajadas a los estudiantes... la plaza se fue llenando cada vez más.

La Mona descolgó la bocina, introdujo la moneda y marcó un número telefónico que tenía apuntado en un papel pequeño.

— Aló, ¿Automóvil Club de Colombia? Sí, miré señor, por qué no me hace un favor, me quedé varada acá en la autopista El Dorado, frente al ICA y no quiero dejar el carro por acá botado, porque está cerca a la Universidad y usted sabe cómo son los estudiantes. ¿Usted sería tan amable de mandarme una grúa para llevar el auto al taller?... sí, sí señor, claro que
estoy afiliada... ¿De verdad? ¡Ay! qué alegría, no sabe cuánto le agradezco, es usted muy amable... Sí, yo la espero... ¿Tarda mucho?... ¡Ah! bueno... muchas gracias, hasta luegüito... -Colgó la bocina y caminó dos cuadras hasta encontrar otra cabina telefónica y marcó un nuevo número.

— Aló... sí, mire señor, usted sería tan amable de enviarme una grúa a la calle 26 con carrera 40... sí, frente al ICA, bueno yo la espero, muchas gracias. -La Mona colgó el auricular y miro justo al frente de donde se encontraba; un pequeño grupo de estudiantes estaba sentado sobre el prado conversando animadamente; atravesó la calle y fue hasta ellos, al llegar al sitio comentó:

— En diez minutos deben estar llegando.

El juglar trepó al pedestal y se colocó sobre los hombros de Santander, sacó un pañuelo y se hizo el que lo sonaba, luego metió el dedo en la oreja y lo agitó como para remover la cera, mímicamente se dio a la tarea de llenar un tarro con la cera que supuestamente iba extrayendo de los oídos del General.

"Ahí viene", señaló la Mona. Los estudiantes se incorporaron; ella se adelantó para hacerle el pare; la grúa se detuvo y en cuestión de segundos el chofer se vio rodeado de estudiantes que le obligaron a abandonar el volante del carro con la amenaza de "armas" que insinuaban debajo de periódicos y chompas. Un estudiante tomó la cabrilla y condujo el vehículo con el conductor hasta el interior de la Universidad. En el momento que la grúa irrumpió en la plaza, el Juglar tenía de caballito a Santander. Los estudiantes reaccionaron sorprendidos al ver la grúa desplazarse sobre la plaza hasta localizarse cerca de la estatua. Un estudiante la envió un lazo al Juglar para que la amarrara, éste la ató por el cuello, y descendió del pedestal. El carro comenzó a halar. La cabeza de Santander, con leyes y todo, se vino al piso, pero el cuerpo quedó en el lugar en que se encontraba.

El juglar subió nuevamente y amarró las cadenas de la grúa a la cintura de Santander, el chofer tomó el mando del vehículo y comenzó a halar lentamente hasta que Santander se vino al suelo, “sáquenlo a la veintiséis”, gritaban los estudiantes, y así lo hicieron. Santander fue izado en el puente peatonal de la Universidad sobre la autopista El Dorado y la plaza dejo de llevar su nombre para llamarse “Che Guevara”.

*Fragmento del libro “Al calor del Tropel”, de Carlos Medina Gallego

domingo, 9 de octubre de 2016

Monika Hertl, “la vengadora del Che Guevara”

La historia de la mujer que vengó el vil asesinato de esos grandes dirigentes revolucionarios, el Che Guevara e Inti Peredo


Por Hernando Calvo Ospina*

El coronel boliviano Roberto Quintanilla le hizo amputar las manos al recién asesinado Ernesto “Che” Guevara. Fue un terrible ultraje el que cometió ese 9 de octubre de 1967. Por ello se convirtió en el hombre más odiado de la izquierda en el mundo. Que en esa época era numerosa y radical.

Dos años después, el 9 de septiembre, le rompió la columna vertebral a culatazos al detenido Guido “Inti” Paredo, antes de asesinarlo. Inti, uno de los cinco sobrevivientes de la guerrilla del Che en Bolivia, era líder guerrillero.

Temiendo por su vida, el gobierno lo nombró cónsul en Hamburgo, Alemania.

El 1° de abril de 1971, hacia el medio día, fue ejecutado. Una elegante mujer en falda, esbelta, con una peluca rubia y de lentes le pegó tres tiros. Murió al instante. Para pedir la cita, ella se hizo pasar por australiana en busca de información turística. El mismo Quintanilla la atendió en su oficina. Luego de un forcejeo con la ya viuda, escapó sin dejar pistas certeras. Antes de salir del edificio soltó la peluca, el revólver y el bolso. Este contenía un trozo de papel donde se leía: “Victoria o muerte. ELN”.

La noticia dio la vuelta a la tierra. Muchísimos la celebraron. Una mujer en alguna parte dijo: “Para la venganza ningún camino es largo”

Por simple sospecha, la policía alemana sindicó a Monika Ertl. La gran prensa, como siempre, repitió y repitió. Entonces empezó la cacería.

Ella había llegado a Bolivia en 1953, cuando tenía quince años. Llegó con su madre y hermanas para juntarse a su padre Hans. Este llevaba tres años en Chiquitania, a unos cien kilómetros de Santa Cruz. Ahí, en esas planicies casi vírgenes, que hacen frontera con Brasil, se sintieron como conquistadores.

Hans, en particular, estaba escondido. Huido. Como fotógrafo y cineasta, durante la Segunda Guerra Mundial había sido uno de los grandes propagandistas del nazismo. Se le conocía como “El Fotógrafo de Rommel”, por haber servido mucho tiempo a este mariscal, uno de los hombres más poderosos del Tercer Reich.

Cuando las tropas soviéticas entraron a Berlín el 2 de mayo de 1945, derrotando a las nazis, Hans pudo huir ayudado por los servicios de espionaje militar estadounidenses y el Vaticano. A cambio, entregó la información que tenía.

No se sabe cómo él había adquirido tres mil hectáreas de terreno, pues cuando llegó a Bolivia su tesoro era una chaqueta. Era la misma que portaban los oficiales nazis, diseñada y fabricada por quien llegaría ser mundialmente famoso: Hugo Boss. Sus máquinas las operaban prisioneros franceses, principalmente.

Monika, entonces, había vivido su niñez entre la efervescencia del nazismo. Ahora, en Bolivia, como adolescente, su mundo debió ser totalmente diferente. Pero socialmente no lo fue tanto, porque su hogar era un ir y venir de nazis prófugos, aunque protegidos por Estados Unidos.

Monika se casó en 1958 con otro alemán y se fueron a vivir al norte de Chile, cerca a las minas de cobre. Casi diez años soportó la vida de hogar. Ver las desventuras de los mineros le hizo cambiar su visión del mundo y sus humanos. Se fue a vivir en La Paz y fundó un hogar para huérfanos. Crecida entre racistas, pasó a convivir en las comunas repletas de indígenas.

También empezaron sus contactos con la izquierda boliviana. Viajando en busca de financiamiento para su proyecto, hizo estrechas relaciones con la europea, principalmente alemana. Según su hermana Beatrix, Monika era “una mujer eléctrica con mucha adrenalina, que tenía un amplio abanico de amistades”.

Para ella el Che Guevara “había sido un Dios”, contó Beatrix. Su asesinato le había impactado y dolido terriblemente. Por tanto su integración al Ejército de Liberación Nacional, ELN, fue normal: había sido la guerrilla del Che. No fue una combatiente sino una miliciana encargada de apoyo logístico, tarea que implica más riesgos que estar en la montaña. Su nombre de guerra era “Imilla”, que en idioma aimara significa “niña india”.

Contó su hermana: “ella estaba decidida a cambiar el mundo”.

Desde un comienzo sus posiciones políticas le trajeron desacuerdos con el padre. A pesar de ello, él le permitía que usara una gran casa que la familia tenía en la capital. Lógicamente, ella la utilizó para esconder armas y guerrilleros. El día que Monika fue hasta “La Dolorosa”, como se llamaba la hacienda, a pedirle que le dejara construir ahí un campo de entrenamiento, Hans le ordenó que se largara para siempre. Durante los cuatro años de clandestinidad, le escribió a su familia solo una vez por año. Siempre les dijo que estaba bien. En 1969 fue su último correo: “Adiós, me voy y no me verán nunca más”. Así fue.

La casa de La Paz escondió a Inti Paredo. También fue testiga regular del apasionado romance que Monika mantuvo con el dirigente guerrillero. El se convirtió en su gran amor.

Desde la ejecución de Quintanilla ella pasaba más tiempo por fuera de Bolivia, especialmente en Cuba y Francia. Tenía un pasaporte argentino falso. A pesar de que varios servicios de inteligencia estaban tras su pista, encabezados por los alemanes y la CIA, se movía con cierta facilidad.

El ministro del Interior boliviano ofreció por ella una recompensa más alta que la prometida por el Che Guevara. Una vez el padre vio el cartel con los “terroristas” más buscados, así como su precio. Ella estaba. Dicen que eso le causó profunda vergüenza.

Había un hombre que la conocía muy bien: era el “Tío Klaus”. Así su padre le había enseñado a llamar a ese hombre que se decía comerciante y de apellido Altmann. Monika tardó muchos años en saber que su verdadero nombre era Klaus Barbie, un “criminal de guerra”. En 1943, durante la Segunda Guerra Mundial, había sido jefe de la tenebrosa Gestapo de Hitler en la ciudad francesa de Lyon. Torturó, asesinó o envió a los campos de concentración a unas cuatro mil personas. Por su crueldad se le llamó “El Carnicero de Lyon”. Al finalizar la conflagración los servicios de seguridad franceses lo quisieron detener, pero se había esfumado. Es que lo protegía un gran poder: la contrainteligencia del Ejército estadounidense (Counter Intelligence Corps, CIC). El asesino era importante por todo lo que sabía del espionaje soviético y de la resistencia organizada por el Partido Comunista francés. El CIC adujo que lo realizado por Barbie solo habían sido “actos de guerra”.

Con la ayuda del Vaticano, en 1951 fue enviado a Argentina, de donde pasó a Bolivia. Ahí obtuvo la nacionalidad, convirtiéndose en brazo derecho de la CIA y asesor de las dictaduras. Sí era un “comerciante”, como se le contaba a Monika, pero de cocaína y armas.

“Barbie sabía todos los movimientos de mi hermana, los tenía bien estudiados”, contó Beatrix. Claro, con los contactos que tenía era normal, pues se asegura que también colaboraba con la policía secreta alemana. Desde que Monika salió de Europa la última vez, e ingresó a Bolivia, venía siendo seguida.

Parece que durante unos pocos días Barbie le perdió el rastro en La Paz. Hasta que el criminal la volvió a ubicar en el centro de la ciudad. Ella iba vestida como una hippie o una gitana. El la reconoció por sus piernas esbeltas y desgarbadas y los lóbulos alargados de las orejas. Inmediatamente llamó al Ministerio del Interior para que se encargara del resto. Entonces se envió a los “negros”, como se le decía a los matones encargados del trabajo sucio.

Monika estaba acompañada de un argentino. Cuando llegaban a la casa de su padre una vendedora les advirtió del peligro: el lugar estaba allanado y el sector militarizado.

Tres días después, en El Alto, un municipio colindante con la capital, los ubicaron. Era el 12 de mayo de 1973. Aunque había sido una casa de seguridad, clandestina, estaba localizada por la policía. La guerrillera y su compañero resistieron el asalto hasta que se les acabó la munición. La policía informó que habían muerto en el combate. Años después, el padre dijo que a ella la habían torturado antes de asesinarla.

La familia se enteró por la prensa, pues fue portada en todos los diarios y noticieros. Las hermanas se comunicaron con la embajada alemana para reclamar el cadáver: apenas se movieron. Se contentaron con la respuesta del Ministerio del Interior: “ella tuvo cristiana sepultura”. Igual se les dijo a ellas. El padre no quiso mover un dedo.

Hasta hoy el cuerpo está desaparecido. Tan solo existe una placa rustica a la entrada de un cementerio en La Paz que dice: “Aquí yace Monika Ertl”.

Cuenta Beatrix que un día vio a Barbie en la calle. “Me saludó atentamente y dijo ‘qué pena lo que le sucedió a tu hermana, lo siento’. Yo ni sentí rencor hacia él. Solo queríamos su cadáver […] Yo no supe si fue él el que la mandó a asesinar”.

Barbie, al fin, fue extraditado a Francia en febrero de 1983. Murió encarcelado el 25 de septiembre de 1991.

Monika vengó el vil asesinato de esos grandes dirigentes revolucionarios, el Che e Inti, quienes también eran sus héroes. El fiscal de Hamburgo la acusó, pero cerró el caso sin poderlo resolver.

Cuando asesinaron a la guerrillera, gobernaba en Bolivia el dictador Hugo Banzer. Por coincidencia, él era vecino de los Ertl en la hacienda. El padre nunca quiso preguntarle por el cuerpo de quien un día fuera su hija preferida. Cuando no podía evadir el tema, solo decía: “si la mandó a matar, habrá tenido sus razones”.

*Periodista y escritor. Este texto hace parte del libro “Latinas de falda y pantalón”. Ediciones El Viejo Topo, Barcelona, 2015

lunes, 26 de septiembre de 2016

El Woodstock del Yarí

En todo un festival por la paz se convirtió la X Conferencia de las FARC, reunión que ratificó su conversión en movimiento político legal


Agencia Colombiana de Prensa Alternativa

La música, el reencuentro y las esperanzas de paz fueron componentes esenciales de la Décima Conferencia Nacional Guerrillera, celebrada del 17 al 23 de septiembre en los Llanos del Yarí.

Con motivo de esta cumbre, cada noche se presentaron variados grupos que pusieron el evento al nivel de los mejores festivales musicales del país. Un “Woodstock fariano”.

El Woodstock de 1969 fue un festival musical celebrado en una granja de Nueva York y que albergó a miles de jóvenes que se oponían a la guerra y profesaban el amor. Con el tiempo se convirtió en ícono de la cultura hippie y del movimiento por la paz.

Una versión macondiana se ha vivido en los Llanos del Yarí, región ubicada en los límites de Caquetá y Meta, y donde en el pasado se libraron sangrientas batallas del conflicto que hoy está quedando atrás.

Artistas de la talla de Alfredo Gutiérrez y Aries Vigoth deleitaron al público presente, compuesto por guerrilleros, periodistas y pobladores civiles de la región.

Ritmos como reggae y cumbia sonaron en la tarima principal del Parque La Nueva Colombia, escenario levantado para albergar la última conferencia de las FARC, que ratificó el acuerdo de paz y que definió su paso a movimiento político a partir del 2017.

También pasaron por el escenario grupos como Alerta Kamarada, Latin Latas y Sistema Sonoro Skartel, que sintonizaron muy bien con un público más bien acostumbrado a otros ritmos. Y además sonaron los tradicionales temas de protesta social de Los Hermanos Escamilla y Carlos Lugo.

La delegación fariana también tuvo su espacio en las noches musicales, con Los Rebeldes del Sur, la orquesta de música tropical creada por el Bloque Sur hace 17 años.

En medio de cada presentación, familias enteras que viajaron al Yarí aprovecharon la ocasión para reencontrarse con sus parientes enlistados en las FARC y que no veían hace muchos años.


También se vio a los principales comandantes de las FARC, como Iván Márquez, que cantó a dúo con Vigoth; Jesús Santrich, que disfrutó de cada concierto; y el propio Timoleón Jiménez (jefe máximo de la organización).

La X Conferencia fue clausurada el 23 de septiembre con un mensaje de paz. Aunque ese día no terminó este Woodstock criollo, pues con motivo de la firma protocolaria del acuerdo de paz se organizó el concierto “Abriendo caminos de paz”.

A esta presentación fueron invitados el Binomio de Oro, Doctor Krápula, Jhon Alex Castaño, la Orquesta Aragón y Totó La Momposina. Un cartel de altura para celebrar la firma de la paz junto con centenares de guerrilleros y pobladores de la región del Yarí, que pasará a ser uno de los escenarios donde se empezó a construir la nueva Colombia, en paz y reconciliación.

martes, 7 de junio de 2016

Mohamed Ali, el activista

Objetor de conciencia contra la guerra de Vietnam y luchador contra la discriminación racial, fue tan certero con sus palabras como con sus puños


Falleció en Phoenix (Estados Unidos), a los 74 años de edad, el boxeador más destacado y reconocido de la historia. Nacido en Kentucky en 1942, fue llamado Cassius Clay, nombre que después cambió al de Mohamed Ali porque consideraba que el otro era “de esclavo”.

Fue campeón olímpico en 1960 y tres veces campeón del mundo de los pesos pesados, por lo que se convirtió en una leyenda del deporte, aunque no sólo se le reconoce por su carrera pugilística sino también por su activismo social.

En 1964, cuando ganó su primer título mundial, se convirtió en musulmán, se cambio de nombre e ingresó al movimiento “Nación del Islam”, que lideraba Malcolm X y que proponía la liberación de los guetos negros y el fin de la segregación racial. Ali consideraba que no podía profesar la misma religión de aquellos que habían esclavizado al pueblo afrodescendiente.

En sus primeros años de profesionalismo, venció a los principales boxeadores estadounidenses, incluyendo a Jerry Quarry, considerado “el orgullo de la América blanca”, en una pelea disputada en el Madison Square Garden de Nueva York.

Con sus victorias generó la fascinación de los espectadores, que admiraban su peculiar estilo de pelea. Ali combinaba un rítmico juego de piernas con un golpe demoledor. “Flotar como mariposa y picar como abeja”, era su consigna.

En 1967 fue otro hito en su carrera, cuando se negó a ingresar al Ejército, que en ese momento reclutaba jóvenes estadounidenses para llevarlos a luchar en la Guerra de Vietnam. La justicia lo condenó por insumisión y las autoridades deportivas lo expulsaron del boxeo y lo despojaron de su título.

A pesar de estar en el mejor momento de su carrera, Ali fue irrestricto en su postura de rehusarse a participar en una guerra contra los vietnamitas, “con los que no tengo problemas”, dijo el boxeador. Esto lo convirtió en figura de la objeción de conciencia y del movimiento antibélico. Por el caso ganó una histórica demanda en la Corte Suprema de Justicia. Luego de tres años fuera de los cuadriláteros, pudo regresar al boxeo.

En los años 70 llegó a la cima de su carrera con un combate ante George Foreman celebrado en Zaire, el 30 de octubre de 1974. En el vuelo antes de llegar a Kinshasa preguntó qué era lo que más odiaban en ese país. Le dijeron que a los belgas porque fueron quienes los colonizaron. Al llegar al aeropuerto dijo “Foreman es belga” ante la multitud que lo aclamó.

Con los aficionados de su lado, superó a Foreman en una histórica pelea y recuperó el título mundial, que defendió en cinco ocasiones consecutivas. Sólo lo perdió en 1978 ante Leo Spinks, a quien sin embargo venció en una revancha ese mismo año.

En ese momento optó por el retiro, en momentos en que los numerosos combates en los que participó le generaron graves problemas de salud. Excepcionalmente disputó otras peleas, hasta que colgó definitivamente los guantes en 1981. Luego se le diagnosticó Parkinson, una enfermedad degenerativa del sistema nervioso, que según los médicos fue causada por el boxeo.

A pesar del dinero y la fama que acumuló por dos décadas, siguió defendiendo la igualdad racial y los valores del Islam. En noviembre del 2002 visitó Afganistán como “Mensajero de paz” de las Naciones Unidas, en momentos en que Estados Unidos ocupaba ese país.

A Colombia vino en 1977 para disputar una pelea benéfica por la que no cobró un peso. También se reunió con Fidel Castro y fue muy cercano a Malcolm X, el asesinado activista estadounidense que inspiró a los “Panteras Negras”, movimiento de resistencia en esa nación.


Recibió el Premio Jalil Gibran del Instituto Árabe-Americano por su obra en favor del mundo en desarrollo y la Medalla por la Paz “Otto Hahn”, otorgada en Berlín. También inauguró en Louisville, su ciudad natal, un Centro que lleva su nombre para promover ideales humanitarios y culturales.

El Parkinson le paralizó el rostro y le puso las manos temblorosas. Pese a ello, encendió la llama olímpica en los Juegos Olímpicos de Atlanta 1996, e impulsó una ley de reforma del boxeo que recibió su nombre.

A pesar de los estragos que su carrera deportiva causó en su salud, nunca renegó de ella ni se quejó por su situación. “Un hombre que no tiene el coraje de arriesgarse no logra nada en su vida”, dijo.

Con sus fuertes puños y sus polémicas palabras, se ganó la simpatía a lo largo de todo el mundo. Se convirtió en símbolo de las décadas de 1960 y 1970, de la lucha por los derechos civiles y de la oposición a la Guerra de Vietnam. Todo un campeón de los pueblos.

Oficina de Prensa Marcha Patriótica

viernes, 11 de marzo de 2016

Los Rolling Stones en Bogotá

La noche en que 45.000 personas sacaron la lengua con Rolling Stones. "Hola, rolos", dijo Mick Jagger en concierto en El Campín



Por Carlos Solano

“Se siente bien estar aquí... Se siente bien estar en cualquier parte”, celebró en broma Keith Richards al hablarle al público bogotano. Una forma de celebrar que sigue vivo, y que los Rolling Stones siguen ahí, en ese mundo que crearon de su propio rock and roll.

El concierto de la emblemática banda británica que se apoderó de la tarima dispuesta en el estadio El Campín, con un listado de sus mejores éxitos, en una cita que sus fanáticos colombianos habían soñado durante 50 años.

Una mezcla de niños, jóvenes, treintañeros y hasta sesentones acudieron al encuentro y en el ambiente se respiraba ansiedad, mientras en los camerinos esperaban Mick Jagger, Keith Richards, Ron Wood y Charlie Watts.

Segundos antes de que la banda saltara al escenario, las pantallas proyectaron un video con un mapa que reunía en un solo collage decenas de instantes de la historia de los Stones, pasando por cada una de sus carátulas y después se ubicaba en el mapa a Bogotá.



Luego de arrancar con Jumpin’ Jack Flash (inusual forma de comenzar con respecto al resto de la gira, solo lo hicieron así en otro concierto), Mick Jagger saludó al público y enseguida la banda prosiguió con otro clásico infaltable: It's Only Rock n’ Roll. Después vinieron unas palabras inesperadas: “Hola, Bogotá; hola, Colombia; hola, rolos”, pronunció en español el cantante antes de Tumbling Dice.

Desde la medianoche del miércoles, el grupo les pidió a sus fanáticos votar por una canción entre cuatro opciones, como la elegida para ser exclusiva de los colombianos. Su solicitud se fue sorpresivamente por un panorama muy especializado, contando así con que el público bogotano conociera todas sus canciones: estaban cuatro exponentes de su lado más country, como Sweet Virginia, Let It Bleed, Far Away Eyes y Dead Flowers.

Esta última canción fue la elegida por votación, y, para tocarla, Jagger tomó la guitarra acústica.

Luego vino la gran sorpresa: el cantante colombiano Juanes se les unió para tocar Beast of Burden en guitarra y voz, lo que puso a vibrar de la emoción al público.

Después vino Honky Tonk Women y, en una pausa, Jagger aprovechó para narrar que la agrupación visitó el emblemático Museo de Botero. “Comimos obleas, nos bajamos un aguardiente y nos dio guayabo, luego nos llevó un carro de policía al hotel”, contó, en un español muy practicado.

Luego, Richards tomó la guitarra acústica y el micrófono para cantar You Got the Silver, junto a Wood, y el concierto cobró otra dimensión.

Antes de comenzar Paint It Black, Jagger bromeó con el público, expresando: “La banda aporta a la economía de su país: Ronnie toma a diario ocho tazas de café colombiano”, y todos en El Campín rieron.

Pero la energía se elevó luego de ver a Jagger bailando. Sus movimientos se volvían con cada canción más exorbitantes y sorprendentes, como si la edad no fuera limitante.

Llegó entonces el turno de los solos, y Ron Wood se lució de forma impresionante en Midnight Rambler y Miss You, y Jagger seguía bailando.

Por algunos momentos, Richards se alejaba de las notas en la forma usual de las canciones tan conocidas por el público, lo que de alguna forma le agregaba un halo melancólico al concierto de una banda con un promedio de edades de 71 años.

Además, desfilaron canciones como Wild horses, Before They Make Me Run, Gimme Shelter, Sympathy for the Devil, Start Me Up y Brown Sugar, que trajeron todo lo mejor de la era brillante de la banda en los 60 y 70.

Pero luego vendría You Can't Always Get What You Want -con la compañía del Coro de la Universidad Javeriana, al que presentó Jagger- y Satisfaction para cerrar una noche que cumplió miles de sueños.

Cabe señalar que la apertura del evento la realizó la banda colombiana Diamante Eléctrico, quienes tocaron bajo una fuerte lluvia, la segunda después del que cayó en la tarde en la capital colombiana.

"Bogotá es del putas", de vuelta en su español, despidió Jagger la noche.

jueves, 25 de febrero de 2016

Centro Nariño: Ser vigente y moderno más allá de los 50

Por Periódico EnlaC



En el tránsito hacia el occidente de Bogotá y cuando nos dirigimos a una de las múltiples actividades de Corferias, desde la Avenida de las Américas se aprecia una especie de oasis urbano en el cual se asoman por tramos intermitentes, camuflados detrás del follaje y la vegetación una serie de edificios altos, una iglesia, unos bloques bajos y luego nuevamente edificaciones altas en ladrillo y piedra, con una geometría tan racional y ordenada que si se tratara de una primera visita al recinto ferial, llamaría la atención el conjunto urbano por su equilibrada modernidad.

Sin embargo, al hacer memoria se cae en cuenta de que el conjunto urbano siempre ha estado allí, con una lozana vigencia arquitectónica que plantea un interrogante para legos y profanos sobre su verdadera edad arquitectónica, especialmente cuando se lee en el muro que se encuentra frente al área de ingreso a Corferias: “Centro Urbano Antonio Nariño, Monumento Nacional”.

Para empezar a comprender esta sensación de permanencia serena, austera y casi solemne, vale la pena recordar algunos antecedentes que ponen de relieve la iniciativa y los escollos naturales que afrontaron quienes prefiguraron esta visión perdurable de futuro, a pesar de los obstáculos iniciales de este notable emprendimiento arquitectónico que se erige hoy en el paisaje como un hito urbano del Distrito Capital y a la vez un ícono de la historia de la arquitectura moderna en Colombia.

Al CUAN, lo precede la construcción del barrio Acevedo Tejada, colindante en su momento con la antigua línea del ferrocarril de norte y del nordeste, cuando todavía El Recuerdo era apenas una finca próxima a los terrenos del ejido de Bogotá.

En esta misma zona rural y suburbana se eligió un gran lote como recurso para estimular el desarrollo hacia el centro-occidente, y al mismo tiempo mitigar la tendencia de desarrollo norte-sur paralela a los cerros, a partir de la construcción de la Ciudad Universitaria, desarrollada  bajo la administración del gobierno de Alfonso López Pumarejo, cuando se compró un terreno de 130 hectáreas del predio El Salitre, en lo que para entonces era considerado las afueras de Bogotá, a una distancia aproximada de 500 metros del sector de Teusaquillo, en un predio aledaño a la carrilera del ferrocarril. Para reforzar la necesaria tendencia de crecimiento hacia el occidente, el concejo municipal aprobó el Acuerdo 21 de 1944 que reglamentó el uso y zonas urbanizables y definiría el área de lo que sería posteriormente el futuro desarrollo del CUAN y Corferias como zona de uso mixto (vivienda, comercio y servicios).

El proceso de crecimiento se fue consolidando cuando en el año 1948 se construye la Avenida de las Américas, en ocasión de la celebración de la Conferencia Panamericana. El desarrollo esta amplia avenida permitía conectar el centro de la ciudad con el hoy desaparecido Aeródromo de Techo.

El Bogotazo y la reacción popular ante el asesinato de Jorge Eliecer Gaitán revelan los problemas derivados de la densificación del tejido urbano central y la creciente urbanización espontánea, que con los efectos de los disturbios deterioraron la ciudad física, social e institucionalmente, estimulando la intención de mitigar la concentración de actividades en la zona central, devastada por los acontecimientos posteriores al Nueve de Abril.

Para la década de los cincuenta, los constructores y urbanizadores responden a las señales de la planificación urbana municipal al continuar el desarrollo de los barrios Acevedo Tejada, Gran América, El Recuerdo y Quinta Paredes.

En este contexto, en medio de una gran área verde, emerge en el perfil de la ciudad una serie de construcciones bajas, medias y cada vez más altas, situación que despierta el asombro y la admiración así como la resistencia de algunos escépticos adversos a los cambios que planteaba el espíritu de la modernidad considerando el nuevo desarrollo una amenaza para la sociedad.

Las nuevas ideas urbanísticas y arquitectónicas tienen su correspondiente soporte político, que sería objeto de críticas aparentemente técnicas: “el suelo de la sabana de Bogotá no soporta edificaciones tan altas y pesadas” y: “El nuevo Centro Urbano Antonio Nariño es un atentado contra la moral y las buenas costumbres” porque con la concentración en bloque multifamiliares en altura se estimularía la promiscuidad de sus habitantes, así mismo no faltaría quienes se opusieran a este nuevo tipo de desarrollo arquitectónico arguyendo que se les estaban vendiendo “casas en el aire” a la población objetivo del proyecto.

El escritor Rogelio Iriarte Martínez, residente y conocedor de la historia del CUAN afirmaba en una entrevista periodística que “antes corría el rumor de que los edificios altos no se podían sostener en pie por mucho tiempo, situación que hizo más difícil la venta de los apartamentos” ya que según Iriarte en ésta época no se consideraba “un buen negocio comprar una vivienda sin lote”[1a]

Sin embargo, el desarrollo de este conjunto residencial, pionero en el urbanismo y la arquitectura residencial del movimiento moderno fue recibido por los sectores académicos y profesionales más sensatos con optimismo y como un síntoma de evolución de las ideas, afiliación a la arquitectura moderna, progreso económico y desarrollo urbano.

Según historiadores de la arquitectura “El Centro Urbano Antonio Nariño es el “primer proyecto de vivienda multifamiliar en altura que funcionó bajo el sistema de propiedad horizontal. Impuso su propia estructura urbana: una supermanzana con amplias y novedosas zonas verdes, una gran red peatonal y gigantescos bloques sueltos de vivienda en una considerable zona comunal (un esquema de ciudad dentro de la misma ciudad).”

Los prejuicios sobre las edificaciones en altura remiten a los imaginarios de la época, como reacción frente a la novedad de lo que para entonces era considerado un alarde constructivo, en su momento replanteaba y representaba una propuesta innovadora, ya que el CUAN sería el conjunto habitacional de mayor escala del país.

De esta manera, el CUAN sirvió como observatorio de desarrollo para un modelo de vivienda económica. Inicialmente, los apartamentos fueron arrendados, para explorar como se adaptarían los usuarios a este tipo de vivienda. Existía curiosidad sobre el posible desarraigo que podría generar la altura, su efecto sobre la vida en comunidad, problemas de seguridad y otros relacionados con las áreas comunes, sin embargo, al cabo de pocos años de ocupación se consolidó como toda una unidad sociocultural, con un ambiente especial de acuerdo a sus singulares condiciones paisajísticas, ambientales, dotacionales y de infraestructura que le permitían a sus habitantes no solo disfrutar de sus servicios internos sino de la conectividad vial circundante, ya que resultaba expedito trasladarse a los lugares de trabajo, hacia el centro principalmente, y a sitios de estudio, gracias a la proximidad con la Universidad Nacional.

El CUAN posee el mismo espíritu de la arquitectura moderna que inspiró la Unidad habitacional de Marsella (Francia) y bajo los conceptos de los Congresos Mundiales de Arquitectura Moderna, con principios tales como la concentración de unidades en bloques residenciales en medio de un predio mayor, con amplios espacios para el comercio, la recreación pasiva y activa, el deporte, la enseñanza, el culto. Estos preceptos inspiraron la propuesta de diseño elaborada por la firma de jóvenes (entonces) arquitectos de Rafael Esguerra, Enrique García Merlano, Daniel Suárez, Juan Meléndez y Néstor Gutiérrez.

Según la valoración oficial de La Dirección de Patrimonio del Ministerio de Cultura:

“El conjunto fue pionero a nivel constructivo, sus materiales, estructura y técnica, eran consideradas revolucionarias en ese momento, en la búsqueda de satisfacer los requerimientos de un proyecto de estas características, la construcción se elevó gracias a un sistema de estructura portante de vigas y columnas en concreto armado, las placas de entrepiso fueron montadas en una estructura reticular celulada en concreto armado.”[1b] Situación que igualmente generó contradictores argumentando riesgos constructivos.

Existe en el imaginario local la conciencia de la incidencia de los principios de los Congresos Internacionales de Arquitectura Moderna (CIAM) y de Le Corbusier en la propuesta de diseño del proyecto; para 2008, Marina Stark, quien desde entonces es administradora del CUAN, señalaba que muchos bogotanos que transitaban el sector no sabían “que el Centro Urbano Antonio Nariño es considerado una joya arquitectónica”, porque sus diseños siguen al pie de la letra las teorías del suizo Charles Edouard Jeanneret-Gris (Le Corbusier) considerado el padre de la arquitectura y el urbanismo moderno”[2].  Así mismo agregaba que “tampoco saben que el Centro Urbano Antonio Nariño es una copia exacta del conjunto residencial Tusschendijken, que existió en la década del 50 en Rotterdam, Holanda”.

“Por eso el CUAN se ha convertido en un ejemplo singular en Colombia de desarrollos de vivienda de alta densidad, de gran impacto urbano, que conserva intactos la totalidad de sus valores patrimoniales, en especial su autenticidad para estudios y especialistas se constituye en un claro y quizá mejor ejemplo del urbanismo moderno en Colombia”[3],

La forma o morfología del Bien de Interés Cultural BIC ha sido descrita por historiadores como Silvia Arango, Carlos Niño, Alberto Saldarriaga y por  la resolución de la declaratoria en donde se subraya el repertorio formal esencial del conjunto, gracias a un lenguaje moderno muy definido, donde se identifican claramente elementos típicos como la planta libre en la mayor parte de los edificios, la austeridad en sus fachadas, los volúmenes esbeltos y el manejo de condiciones ambientales como determinantes de diseño, específicamente para la asoleación, la complementación de usos, donde se desarrolla una completa infraestructura de vivienda y de servicios, logrando el ideal de autosostenibilidad.

Al día de hoy, el conjunto mantiene, gracias a sus residentes, sus características estéticas, tanto morfológicas como tipológicas iniciales, hecho que destaca el grado de apropiación de sus residentes y su declaratoria como patrimonio inmueble.

Como herramienta documental vale la pena traer a cuento algunos de los más destacables criterios que la dirección de patrimonio subrayó para someter a consideración del Consejo de Patrimonio Nacional los valores culturales del conjunto: “en donde al concepto de crear nueva ciudad, brindó calidad de vida. Adicionalmente, se da inicio a la venta de propiedad horizontal a gran escala.”[4]

Sin embargo, según uno de sus más antiguos residentes, Hipólito Hincapié “en 1958 no había opción de compra.  Y para arrendar un apartamento, el Instituto de Crédito Territorial (ICT) enviaba funcionarios a las casas de los aspirantes a evaluar si éramos o no dignos de vivir aquí”. Sólo hasta 1960 se les permitió a los arrendatarios adquirir los apartamentos con un esquema financiero e inmobiliario muy estimulante porque a quienes llevaban algún tiempo de vivir en el conjunto se les abonaba el pago de los arriendos anteriores como cuota inicial.

Hoy, en razón del alto grado de apropiación de su hábitat y a las interacciones sociales y culturales que su disposición urbana y calidad de vida propician puede considerarse como una unidad sociocultural comparable, en la construcción de su tejido social, a un barrio tradicional de un Centro Histórico Patrimonial.

En relación con el valor simbólico del CUAN, representa, dentro del imaginario colectivo un ícono de la modernidad, tanto para sus residentes como para los aficionados a la arquitectura, en su condición de referente de una manera innovadora y distinta de disponer, componer, diseñar y construir aún hoy en día, un conjunto habitacional en altura respecto al entorno urbano en el que se implanta: “Para la historia de la arquitectura en Colombia el CUAN representa el ejemplo más significativo del urbanismo moderno, cuyo origen se centra especialmente en Europa a través de los postulados de los CIAM y Le Corbusier, principalmente.”[5]

Por lo tanto, el acta de declaratoria señala de manera concluyente que “para dar cumplimiento al artículo 8 de la Ley 397 de 1997, la Dirección de Patrimonio presentó a consideración del Consejo de Monumentos Nacionales (hoy Consejo Nacional de Patrimonio) el estudio de solicitud de declaratoria como Bien de Interés Cultural de Carácter Nacional de El Centro Urbano Antonio Nariño, según consta en Acta No. 07 de 15 de diciembre de 2000 y al verificar que posee valores propios de constitución, de autenticidad, de originalidad, formales y estéticos y representatividad histórica y cultural, decidió emitir concepto favorable y recomendar a la señora Ministra de Cultura su declaratoria de acuerdo a la solicitud.”[6]

A manera de reflexión quedan múltiples lecciones sobre las reacciones frente a nuevas intervenciones en un contexto dinámico y cambiante en donde tres hitos urbanos, dos patrimoniales como El CUAN y La Universidad Nacional y otro no patrimonial como Corferias contribuyeron con sus respectivos usos y vitalidad urbana a fomentar la consolidación del desarrollo urbano de este importante sector de la ciudad.

Asimismo y atendiendo el proverbio oriental “solo permanece lo que cambia” es decir, lo que tiene la capacidad de adaptarse a nuevas situaciones históricas, sociales y culturales, cada uno de estos ejemplares se prepara frente al futuro. El CUAN, predominantemente habitacional en su vocación de permanencia, la Universidad Nacional en su compromiso como referente de calidad educativa afronta el reto de atender una mayor demanda cuantitativa de estudiantes, y el recinto ferial en su labor para impulsar el fomento al desarrollo económico con compromiso social.

En la actualidad, luego de colocar en perspectiva las afirmaciones de detractores que en su momento señalaban el proyecto como un atentado a la moral, hoy los vecinos destacan orgullosamente que después de cinco décadas la mayoría de residentes permanecen en el conjunto “y aquí seguiremos porque es el mejor vividero del mundo”.

Parecen haber quedado atrás los argumentos y las prevenciones frente a propuestas nuevas en las cuales existe el compromiso por conservar, adaptar y mantener el patrimonio, así como para generar nuevos íconos urbanos que a futuro se erijan como manifestaciones de nuestra época, para enriquecer el legado patrimonial del presente.

Notas:

 [1a] Fuente: http://www.eltiempo.com/archivo/documento/CMS-4526657

[1b] Resolución Número 0965 de 2001 ‘Por la cual se declara como Bien de Interés Cultural de Carácter Nacional El Centro Urbano Antonio Nariño, localizado entre la carrera 40, la calle 22F, la carrera 36, la Avenida de las Américas y la Avenida de la Esperanza (diagonal 22B), Zona 13, Localidad de Teusaquillo de Bogotá, D C.”

[2] Fuente: http://www.eltiempo.com/archivo/documento/CMS-4526657

[3] Resolución Número 0965 de 2001 ‘Por la cual se declara como Bien de Interés Cultural de Carácter Nacional El Centro Urbano Antonio Nariño, localizado entre la carrera 40, la calle 22F, la carrera 36, la Avenida de las Américas y la Avenida de la Esperanza (diagonal 22B), Zona 13, Localidad de Teusaquillo de Bogotá, D C.”

[4] Resolución Número 0965 de 2001 ‘Por la cual se declara como Bien de Interés Cultural de Carácter Nacional El Centro Urbano Antonio Nariño, localizado entre la carrera 40, la calle 22F, la carrera 36, la Avenida de las Américas y la Avenida de la Esperanza (diagonal 22B), Zona 13, Localidad de Teusaquillo de Bogotá, D C.”

6 Idem

7 Idem