lunes, 2 de octubre de 2023

Se cumple el 50 aniversario de “Dark Side Of The Moon”, de Pink Floyd

El icónico álbum de la banda británica Pink Floyd marcó un hito en la historia de la música.


"The Dark Side of the Moon" es un icónico álbum de la banda británica Pink Floyd, lanzado en 1973. Este disco marcó un hito en la historia de la música y se ha convertido en una obra maestra que ha influido en varias generaciones de artistas y oyentes.

Este disco se sumerge en temas profundos de la vida humana, como la locura, el tiempo y la existencia. Su portada, diseñada por Storm Thorgerson, presenta un prisma de luz que se descompone en colores, lo que simboliza la exploración de la sicología humana y la búsqueda de la verdad a través de la música.

El álbum se compone de diez pistas interconectadas de manera fluida, creando una experiencia continua en la que las canciones corren sin interrupción. El uso innovador de efectos de sonido, sintetizadores, grabaciones de campo y voces procesadas contribuye a dar una atmósfera etérea y surrealista.

"The Dark Side of the Moon" abre con "Speak to Me", una introducción ambiental que establece el tono para el viaje que está por venir. La canción más reconocible del álbum, "Breathe", sigue con su inconfundible ritmo de guitarra y letras introspectivas sobre la vida y la fugacidad del tiempo. Otras pistas memorables son "Time", que explora la inevitabilidad del paso del tiempo, y "Money", con sus distintivos bajo y letras que critican la obsesión de la sociedad con el dinero. El álbum alcanza su punto culminante con "Brain Damage" y "Eclipse", dos pistas que exploran la locura y la percepción alterada.

La música de Pink Floyd en "The Dark Side of the Moon" es inmersiva y cautivadora. Los guitarristas David Gilmour y Roger Waters, el tecladista Richard Wright, el baterista Nick Mason y los efectos vocales de Clare Torry se unen para crear una experiencia auditiva única que va más allá de las convenciones musicales convencionales.

Este álbum es una obra maestra que aborda temas universales que siguen siendo relevantes hoy en día. Es una exploración profunda de la condición humana y la búsqueda de sentido en un mundo caótico. A lo largo de los años, ha demostrado ser una de las obras más influyentes en la historia del rock progresivo y ha dejado una marca indeleble en la música contemporánea. Su legado perdura como un monumento a la creatividad y la profundidad artística de Pink Floyd.

lunes, 5 de julio de 2021

Raffaella Carrá: la comunista que nos enseñó el ombligo y el cerebro

En sus canciones habló de homosexualidad, sadomasoquismo, goce y alegría. En su discurso reivindicó a la clase obrera. En su vida fue un icono incomparable de carisma, rebeldía y libertad. “Yo siempre voto comunista. En un conflicto entre trabajadores y empresarios, siempre estaré del lado de los trabajadores”, dijo.


Por Lorena G. Maldonado

Raffaella Carrá no era una mujer, sino una fuerza de la naturaleza: se la recuerda siempre enérgica y vital, incombustible, divertida, arrolladora, sensual, expectorante. Con su sola presencia recordaba a los demás que a este mundo hemos venido un rato, que tenemos derecho a gozar, que hay que arrancarse la placenta del conservadurismo, de la frigidez y del aburrimiento. Raffaella vive en los karaokes y en las discotecas, en las pistas de baile, en cada rincón del planeta donde una mujer mueve las pestañas y desplaza el aire, en cada baldosa en la que una chica tiene ganas de juego y lo hace saber, sin pudores, con alegría, con encanto inconmensurable.

Igual hacía años que no la veíamos, pero estaba: estaba cada vez que sonaba “para hacer bien el amor hay que venir al sur” y cada vez que recordaba que “lo importante es que lo hagas con quien quieras tú”. Ojo: ese verso ya era de una vanguardia espectacular en 1978 aquí en España, con el cadáver de Franco aún caliente y quitándonos aún la costra de casi cuarenta años de represión sexual y de machismo truculento. Veníamos de un mundo, de un país, donde ser mujer significaba convertirse por siempre en un ser reproductor y tierno, cuidador y sumiso, entregado a la cocina, a la costura, a los afectos familiares: un ser sin cuenta corriente ni planes, sin sueños ni ideas propias. Sólo una mascota, ser mujer. Sólo un satélite del hombre, del marido, del macho.

En esas estábamos cuando la muerte del dictador en la cama vino a colindar con el poderío de la Carrá, que nos invitaba al colchón para hacer cosas mucho más interesantes que morirse: besar, tocar, disfrutar. “Por si acaso se acaba el mundo / todo el tiempo he de aprovechar / corazón de vagabundo / voy buscando mi libertad”, cantaba la tremenda hembra agitando esa melena mítica color platino. “Tuve muchas experiencias / y he llegado a la conclusión / de que perdida la inocencia / en el sur se pasa mejor”. Si lo decía ella, iba a misa. Bueno: a misa y a todas partes.

En las manifestaciones feministas modernas, las chicas emulan a Aitana y a Ana Guerra de OT cuando entonaban lo de “yo decido el cuándo, el dónde y con quién”, pero Raffaella ya lo cantaba cuando el placer de la mujer y su autonomía sexual parecían animales mitológicos. Trajo tal aire fresco a este país esclavizado y estrecho -que olía ya a smoking room- que nunca podremos agradecérselo lo bastante.

El primer 'no es no'

Sus guiños atraviesan los siglos: su “hazlo con quien quieras tú” es hoy el clarísimo -y no exento de polémica- “no es no”. Interesante que la canción que más le molestó al Vaticano fuese, sin embargo, Tuca Tuca. Aquel baile desprejuiciado, coqueto y ferozmente moderno que se marcó con el italiano Alberto Sordi les sonó a los religiosos como recién llegado del infierno. Cuando le vieron el ombligo, los obispos se arañaron la cara: qué era eso de que una mujer enseñase la tripita. Hábrase visto. Ella, sin inmutarse: melenazo parriba, melenazo pabajo. No sólo no se le dislocaba el cuello con aquellos giros letales, sino que cada vez tenía la cabeza mejor puesta. 

Peor se hubiesen puesto los clérigos si hubiesen entendido las líneas secretas de 03 03 456, donde se refería a la masturbación femenina -una canción que también molestó y fue castrada en varios países-: “Mi dedo está enrojecido de tanto marcar, se mueve solo sobre mi cuerpo y marca sin parar”, cantaba la Carrá, haciendo un símil hilarante entre el dedo cansado de llamar al tipo que no le hace caso y el dedo cansado ya de masturbarse buscando su propio goce.

Qué esperaban de una mujer que rechazó al mismísimo Frank Sinatra o que pasó de la tontería de Hollywood -empezaba a petarlo en películas americanas cuando asumió que ese mundo no era para ella-: “A las cinco de la tarde cerraban los estudios y se alcoholizaban. Me sentía marciana, muy incómoda”. Querían convertirla en la nueva Sophia Loren o en una renovada Gina Lollobrigida. “No bebo ni me drogo: Hollywood no era para mí”, disparó.

Viva el sado y la purpurina

Defendió un sexo rupturista y novedoso para el mundo de entonces: como cuando en Santo, Santo confesaba que su marido era muy aburrido en la cama y que ella necesitaba más juerga. “Santo es mi marido, sale muy temprano y cuando es de noche vuelve destruido. Cuando vuelve al hogar, se tiende, y a la hora de amar, se duerme. La macroeconomía es su pasión, santo, santo, ¡yo ya no aguanto más!, el santo me engañó, ¿dónde está el sadismo, dónde el masoquismo, lo que él me prometió?”. Espectacular.

El armario de Raffaella era un jaleo: venga rojo, venga brilli-brilli, venga purpurina, venga campana loca, venga top imposible. Lógico: una guerrera como ella necesitaba uniforme pa’ matar. Para derribar estereotipos. Para visibilizar el erotismo de la mujer sin negar o minimizar por ello su lucidez. Ella decía que el reto era enseñarles a los hombres que “al cuerpo femenino lo sujetaba una cabeza”; que el físico de la mujer estaba conectado al cerebro, que no eran dos mundos aparte. Que se podía ser sexy y ser audaz. Que se podía ser erótica y brillante. Que, por suerte, nunca hubo que elegir. “Aquello no iba sólo de mostrar mi cuerpo, era hacer entender que el cuerpo de una mujer siempre está unido a su cabeza. La sensualidad no está reñida con la inteligencia, la simpatía, la ironía…”, expresaba.

Esta idea la ejemplificó con su misma vida, sin ir más lejos: aunque empezase dedicándose a la danza y a la actuación, pronto fue reclutada por la televisión porque era todo un animal expresivo. No bastaba su cara bonita ni su cuerpo desencadenado: la gente quería escucharla hablar, desarrollarse, bromear, reír, dar espectáculo. Cómo no iba a dar espectáculo Raffaela, por otra parte, si ella era su propio show andante. Con todo, nunca se dejó embaucar por las mieles de la pequeña pantalla. Nunca se doblegó, no le pudo la ambición. No entregó su vida a los focos. Fue siempre su jefa y la jefa de cualquiera que se le pusiera al lado.

Empleada de nadie

Así lo contaba en una entrevista: “Soy una mujer muy libre. Yo nunca he sido una empleada de la televisión. Cuando empecé mi carrera en los setenta y tuve mi primer gran éxito yo trabajaba haciendo un programa un año y retirándome a descansar durante dos. Y mis compañeros hombres me decían: "Si te vas, Rafaella, alguien tomará tu sitio". Y yo les decía: pues que lo tomen”, reía. “Una mujer puede desgastar su imagen más rápidamente porque siempre tiene que innovar con sus trajes, sus canciones… Es mucho más complicado que para un hombre. Esta vida de ir y volver era como tener un amante que cuando estaba, entraba en la familia. Pero luego se iba, porque yo no era una mujer casada con nadie”.

Siempre se sintió orgullosa de rechazar, desde sus inicios hasta hoy mismo, la idea del matrimonio. Quería tener un nombre y un apellido propio, no ser jamás “la esposa de”. “Prometer que vas a amar a alguien toda la vida es una promesa demasiado grande. Y yo odio romper promesas. Y a los abogados”, lanzaba. Viajaba. Aparecía y desaparecía, como el Guadiana. No daba explicaciones a nadie. Y siempre procuraba, ante todo, pasárselo en grande: ¿es que acaso estamos aquí para otra cosa?

Icono gay y comunista

La Carrá se convirtió en un icono gay no sólo por sus looks felizmente estrafalarios ni por su canto a la vida y a la libertad -como en Explota, explota; Rumore o Far l’Amore-, sino también por un tema llamado Lucas, revolucionario cuanto menos para la época -lo sacó en el año 1978-. Ahí hablaba de cómo se había enamorado de un chico que resultó ser gay. Todo esto lo contaba veladamente, claro. “Una tarde desde mi ventana / le vi abrazado a un desconocido / no sé quién era / tal vez un viejo amigo / desde ese día nunca más le he vuelto a ver”. Hablaba con ternura de ese modelo de hombre que aún no podía salir del armario y que tenía que fingir -engañándose a sí mismo o a los demás- que le gustaban las chicas. Hasta que un día, por fin, se dejaba ser, como en el Son amigos que cantaba Miguel Bosé también en esos tiempos. Irreverente.

Todo lo que tocaba Raffaella lo volvía viral incluso antes de que existiese el concepto “viral”. Triunfó en sus películas, en sus giras, en su papel de showgirl, en los programas de televisión que giraban alrededor de su figura carismática, divina y liberada: fue la chica favorita de España en los ochenta, y en Italia las familias enteras se reunían alrededor de la mesa para escucharla hablar, como a una profeta glam, pero, sin embargo, transversal. Con una rebeldía única que apelaba igual a la abuela que al niño. Se reconocía como una “adelantada a su época”.

Siempre se involucró, Raffaella. Siempre se mojó cuando a nadie le apetecía hacerlo. Y no sólo en lo que a feminismo se refiere, sino en cuanto a los derechos de la clase trabajadora: “Yo siempre voto comunista. En un conflicto entre trabajadores y empresarios, siempre estaré del lado de los trabajadores”. Se preocupaba con fruición de las condiciones en las que curraban sus bailarinas y bailarines. “Ser comunista implica un modo de vida y una responsabilidad muy grande”, alegó. No ha habido nadie que la haya desdicho hasta hoy. Raffaella nos enseñó el ombligo cuando nadie había visto uno. También la garganta, la palabra, la alegría, y el cerebro -cuando del cerebro femenino se cuestionaba hasta su existencia-. Ciao, bambina. Te echaremos siempre de menos.

martes, 15 de septiembre de 2020

El Paro Cívico de 1977: cuando toda Bogotá se movilizó por primera vez


El paro de hace 43 años no solo fue significativo por sus dimensiones, sino también por las consecuencias que trajo para la vida política del país.

Por María Flórez

En la Bogotá de 1977 cientos de personas llevaron a cabo una de las acciones de protesta más importantes en la historia del país: el Paro Cívico Nacional, organizado para el 14 de septiembre por convocatoria del movimiento sindical. Los habitantes de la ciudad, agobiados por los bajos ingresos y la inflación, salieron a las calles para exigirle al gobierno que aumentara los salarios, congelara los precios de productos básicos, otorgara derechos sindicales a los trabajadores estatales y levantara el Estado de Sitio.

Pasadas cuatro décadas, esa movilización se ha comparado con las multitudinarias marchas del pasado 21 de noviembre. El Paro de 1977 no solo fue significativo por sus dimensiones, sino también por las consecuencias que trajo para la vida política del país.

Tras su desarrollo, el Estado afianzó aún más la concepción de que la protesta social era una amenaza que debía ser conjurada; por su parte, las insurgencias avanzaron en la decisión de fortalecer su presencia en las ciudades y la sociedad civil tejió redes de organizaciones en los barrios para continuar exigiendo la garantía de sus derechos.

Transcurridos 43 años desde ese estallido popular, resulta interesante reflexionar sobre los hechos de entonces para aportar a los debates actuales sobre la movilización social y el derecho a la ciudad. 
 
La antesala del Paro

Los habitantes de los barrios empobrecidos de Bogotá, en la segunda mitad de la década de los setenta, atravesaban una difícil situación económica. Las familias tenían que vivir con bajos salarios o de trabajos informales, al tiempo que el Estado desmontaba los subsidios al transporte público, se devaluaba el peso y se disparaban los precios de los alimentos. El gobierno, además, creó en esa época el impuesto de valorización, con el que los ciudadanos debían financiar la construcción de avenidas y la modernización del alumbrado público.

El docente, investigador y doctor en historia Frank Molano explica la situación que atravesaban los bogotanos de entonces: “Había una condición de modernización urbana de carácter neoliberal. A los sectores medios y populares que se habían hecho a sus viviendas les caía la obligación de contribuir a la ciudad, sin que eso hubiera significado un incremento salarial. Esos cambios obedecían a un cambio en el modelo de acumulación del capital y a una forma en que la ciudad pensaba ampliarse con una retirada de la inversión estatal”. 

Molano también argumenta que la modernización de Bogotá no traía consigo la construcción de mejores espacios públicos para sus habitantes: “Los barrios eran dormitorios de trabajadores, sin terminal de transportes, hospitales, parques públicos, plazas de mercado. Era una ciudad llena de vías, claro, para la movilidad de los trabajadores, pero no era una ciudad para habitar”.

A lo largo de la década, el transporte público se había convertido en un serio problema para los habitantes del sur y el noroccidente de la ciudad, que protestaban para pedir la mejora en la prestación del servicio luego de que las autoridades o los políticos locales se negaran a atender sus demandas. Entre las movilizaciones más significativas por el acceso al transporte se registra el Paro Cívico del Suroriente, ocurrido el 27 de noviembre de 1974, cuando habitantes de al menos 30 barrios de ese sector de la ciudad bloquearon la vía a Villavicencio, cansados de que la Alcaldía y las empresas de transporte ignoraran sus reiteradas peticiones al respecto.

El bloqueo de vías era una modalidad de protesta que recién tomaba fuerza en la ciudad, donde buena parte de las necesidades de servicios públicos o equipamiento urbano se habían resuelto por la vía de la autogestión o de la negociación en cabeza de las juntas de acción comunal, tal como como concluyó en el libro La ciudad en la Sombra el profesor, investigador y doctor en Estudios Latinoamericanos Alfonso Torres. 

Al tiempo que los habitantes de los barrios del suroriente, el suroccidente y el noroccidente incursionaban en nuevas formas de protesta, en los mismos sectores tenían lugar dos procesos que promovían el pensamiento crítico entre los jóvenes: la ampliación de la cobertura de la educación pública mediante la construcción de grandes colegios y la presencia permanente de organizaciones sociales y políticas de izquierda. Entre ellas, la Alianza Nacional Popular (ANAPO), el Partido Comunista, la Unión Nacional de Oposición (UNO), los sindicatos de las fábricas y los sacerdotes y las monjas vinculados al movimiento de la Teología de la Liberación.

Así explica el profesor Torres la influencia que estos procesos tuvieron en el desarrollo del Paro Cívico Nacional: “La gente que se va a movilizar no es el migrante (del campo). Somos los hijos, los nietos, la generación que es más urbana, que tiene otra mirada. Donde hubo mayor movilización fue en estos barrios donde había una generación urbana, escolarizada, con una previa familiarización con esas formas de movilización”.

Esos y otros factores permitieron que el 14 de septiembre de 1977 protestaran no solo los trabajadores sindicalizados, sino también los habitantes de los barrios en general. De acuerdo con Torres, “se movilizó gente que habitualmente no se movilizaba, que no era de un núcleo o partido. Se movilizaron no solamente los trabajadores, sino el desempleado, el habitante de barrio. Es decir, apareció esa identidad de lo barrial, de lo popular urbano”.
 
Los impactos del Paro

Con varias semanas de anticipación, en diferentes barrios de la ciudad empezaron a prepararse las tareas necesarias para la realización del Paro Cívico. En su libro Un día de septiembre, de 1980, Arturo Alape incluyó importantes testimonios sobre la planeación del Paro en Atahualpa, Policarpa, República de Canadá, Santa Lucía, Kennedy, La Granja, Tabora, Bosa y el cercano municipio de Soacha. 

A la par, el gobierno del presidente Alfonso López Michelsen hizo grandes esfuerzos por impedir la movilización. Desde finales de agosto, el gobierno decretó el arresto de las personas que participaran en la organización de manifestaciones y a comienzos de septiembre prohibió las concentraciones públicas. El Ejecutivo también ignoró el pliego de peticiones de las centrales sindicales, caracterizando la protesta como una acción organizada para influir en las elecciones presidenciales que se avecinaban y, más tarde, como una acción ‘subversiva’.

La prohibición gubernamental no impidió que obreros, docentes, empleados públicos, estudiantes, trabajadores informales, integrantes de juntas de acción comunal, comités de valorización y comités provivienda paralizaran Bogotá. 

Durante la jornada se vivió una inusual beligerancia, que además de bloqueos en las principales vías incluyó enfrentamientos con la Policía en barrios como Ciudad Kennedy, Quirigua, San Fernando, La Estrada, Las Ferias y Fontibón, según documentó Alape. Algunos manifestantes también atacaron buses y bancos y saquearon grandes almacenes de ropa, alimentos, zapatos, muebles e insumos para la construcción.

Estas acciones violentas son usualmente rememoradas cuando se habla del Paro Cívico. El profesor Molano propone una lectura para comprender este tipo de acciones: “Generalmente se trata de plantear que la lucha popular es irracional, que la gente es manipulada o que simplemente va a su paso arrasando con todo. Pero diferentes estudios, tanto del Bogotazo, como del Paro del 77, muestran que aquello que se saquea, se bloquea o se incendia está asociado a lo que para la gente representa blancos muy concretos que afectan su calidad de vida o que le plantean ventajas para la lucha callejera”. 

Para el caso concreto del Paro Cívico, Molano argumenta que hubo “una racionalidad popular, en donde no se atacó, por ejemplo, colegios, hospitales, viviendas. Cuando se trata de levantamientos contra el hambre, la carestía, la escasez, obviamente lo que la gente busca es abastecerse de ropa, alimentos o de ferretería, porque necesitaba herramientas para estar en la calle. Los episodios de levantamiento popular son estallidos de descontento que se expresan de esta manera”. 

Habiéndola estigmatizado desde antes de que ocurriera, el gobierno de López reprimió duramente la manifestación. Fueron asesinadas al menos 25 personas en Bogotá, en su mayoría jóvenes estudiantes que habitaban barrios como La Estrada, Atahualpa y Marco Fidel Suárez, según documentó el propio profesor Molano en este artículo. Durante la jornada, más de tres mil personas fueron detenidas y recluidas en el estadio El Campín y la Plaza de Toros.

De acuerdo con estos y otros investigadores, las élites y la Fuerza Pública percibieron el Paro Cívico como una importante amenaza que, junto a otras expresiones de descontento, debían ser reprimidas o neutralizadas. Un año después del Paro, el recién posesionado presidente Julio César Turbay expidió el Estatuto de Seguridad Nacional, con el que se recrudeció la persecución a la izquierda mediante la aplicación de estrategias legales e ilegales que constituyeron graves violaciones a los derechos humanos. Desde hacía varios años, el país vivía un Estado de Sitio casi permanente. 

Entre las organizaciones insurgentes de la época, algunas de las cuales contaban con incipientes estructuras urbanas, el Paro promovió la idea de que era necesario prepararse para desarrollar el conflicto en las ciudades. 

Para los jóvenes de los barrios de Bogotá con experiencias en la movilización, el Paro se convirtió en un referente. Durante la década de 1980 se creó y fortaleció un importante movimiento cívico en la ciudad, aun en medio de la represión estatal y la persecución de organizaciones ilegales de justicia privada. 

El profesor Torres explica que a partir del Paro Cívico se generaron “muchos trabajos de organización que serían novedosos respecto a las juntas de acción comunal, porque ya lo que los nucleaba no era conseguir el agua o la luz, sino que estaban inspirados incluso en una idea de izquierda más amplia y los temas eran otros: el comité, la biblioteca comunitaria, el centro de educación popular, demandas en torno a lo deportivo, lo cultural”. 

La movilización de 1977 también inspiró el desarrollo de varios paros cívicos regionales. Durante los años siguientes se convirtió en un hito de la movilización social en el país, estudiado con entusiasmo hasta el día de hoy. 
 
Memoria y presente

El 21 de noviembre de 2019, en Bogotá y otras ciudades del país se adelantó, con multitudinarias marchas, el Paro Nacional. A la movilización se vincularon sindicatos, barristas, estudiantes de universidades públicas; organizaciones feministas, indígenas, afrodescendientes, ambientalistas y culturales; personas sin militancia política, entre muchas otras, que salieron a las calles para protestar por un amplio repertorio de problemas. Algunos de ellos fueron la anunciada reforma laboral y pensional, la corrupción, el asesinato de líderes sociales, la represión y la falta de implementación del Acuerdo de Paz. 

Ese día y el siguiente se presentaron, además, protestas violentas en algunos barrios de Bogotá. Colectivos artísticos fueron allanados y se registraron múltiples hechos de brutalidad policial contra manifestantes e incluso contra trabajadores de los medios de comunicación.

Algunos analistas no vacilaron en leer lo que había ocurrido a luz del Paro Cívico de 1977. La cantidad de protestas ocurridas en los meses anteriores, su carácter urbano, la creatividad de los manifestantes, los estallidos de violencia y la represión que se desató en Bogotá fueron algunos elementos que trataron de ponerse en común. 

Desde la academia también se continúa investigando el Paro Cívico. En la Universidad Pedagógica Nacional, la estudiante Cindy Reyes investiga para su trabajo de grado las huellas de la memoria que dejó el Paro en el barrio Kennedy, particularmente en el colegio INEM, uno de cuyos estudiantes fue asesinado en las jornadas de 1977. 

Para ella es importante “reconocer lo que sucedió en ese momento, porque si eso se trae del pasado vemos que hay similitudes y, si entendemos que hay similitudes, podemos pensar en qué podemos hacer para cambiar esta realidad. Es mirar hacia al pasado pensando en el futuro, en plantear un futuro distinto, con justicia social”.

Tomado de pacifista.tv

miércoles, 10 de junio de 2020

El amor después de Patricio

Patricio Silva, un estudiante de la Universidad Nacional, fue asesinado por el Estado en una protesta en 1978. Su muerte quedó en la impunidad. Sin embargo, de esa tragedia nació el amor... y una familia.




lunes, 4 de mayo de 2020

Los rebeldes de Star Wars fueron inspirados por Vietnam

En ambos casos, los pequeños ganaron. El imperio altamente técnico, el Imperio inglés, el Imperio americano, perdió”, argumentó el cineasta George Lucas en una charla con James Cameron. 


Por Pablo Retamal
La Tercera

Parece increíble, pero no fue una inspiración surrealista la que le dio forma a la alianza rebelde, de Star Wars. George Lucas, en diálogo con el cineasta James Cameron en su serie “Story of Science Fiction”, reveló que fue la lucha de los guerrilleros del Vietcong (o El Frente Nacional de Liberación de Vietnam) contra Estados Unidos lo que le dio la idea.

“Estamos luchando contra el imperio más grande del mundo, y solo somos un montón de semillas de heno con sombreros de piel de cabra que no saben nada”, señaló Lucas en la ocasión. Y acto seguido, comparó a Estados Unidos con “el Imperio” y al Vietcong con “La Resistencia”. Esto, en referencia al conflicto que enfrentó al país del norte con los asiáticos entre 1955 y 1975.

Lucas señaló que los personajes del universo Star Wars no son basados en cosas sobrenaturales: “No es la ciencia, los extraterrestres y todo ese tipo de cosas en las que me enfoco. Así es como la gente reacciona a todas esas cosas", señaló.

Incluso, Lucas se permitió comparar ambos casos, el real y el ficticio. “La ironía es que, en ambos casos, los pequeños ganaron. El imperio altamente técnico, el Imperio inglés, el Imperio americano, perdió. Ese era todo el punto ”, dijo Lucas.

Ahora, ¿de qué modo en el universo Star Wars se puede ver manifestada esta “desigualdad” entre los guerrilleros contra un imperio poderoso? El escritor Francisco Ortega responde a Culto: “Esto se ve claro en la disparidad de fuerzas en el conflicto. El Imperio es militarmente muy superior y mucho más organizado que los Rebeldes. Tiene una flota militar, mientras los Rebeldes se enfrentan con naves de carga y aviones viejos contra la supremacía tecnológica del Imperio”.

“Es igual que el Vietcong que se acercaba con barcos de pesca a los destroyer de la US Navy o que usaban viejos MiG-15 (de la década de los 50) contra los Phantoms y B-52, en ataques suicidas contra la superioridad imperial de los Yankis. En la metáfora de Vietnam, el portaaviones nuclear USS Enterprise es la estrella de la muerte, mientras la Alianza Rebelde son estos pesqueros del Cong armados con minas y ametralladoras”, agrega el autor de No estamos solos (Planeta, 2020).
No solo los rebeldes

Pero no solo la alianza rebelde fue inspirada por los vietnamitas. En 2004, para el relanzamiento de El retorno del Jedi, Lucas contó que también los Ewoks tuvieron su referencia en los asiáticos. “Usaron sus armas primitivas para derrotar a los invasores”, señaló aquella vez.

George Lucas siempre se ha mostrado crítico con la intervención de los Estados Unidos en Vietnam. Incluso -según consigna el sitio nextshark.com- antes de comenzar a trabajar en Star Wars quería hacer una película antibélica que se llamaría “Apocalipsis ahora”. Pero finalmente fue Francis Ford Coppola quien produjo y dirigió la película en 1979 (con una actuación sobresaliente de Marlon Brando como el coronel Kurtz).

El cineasta californiano también tomó otras bases históricas para crear personajes. A saber: los samuráis japoneses y los monjes Shaolin para los combatientes Jedi; los nazis y otros regímenes autoritarios para los Stormtroopers; Richard Nixon para el Emperador Palpatine y la Roma antigua para las instituciones políticas.

domingo, 29 de marzo de 2020

El goleador que brilló en la portería

Por Camilo Rueda Navarro


Era el botín de oro. Con sus 31 anotaciones, había sido la figura de la nueva estrella que el club bordó en su historial. Venido desde el sur del continente, lo suyo eran los goles. Por eso el entrenador había abogado para su continuidad. El goleador agradeció la confianza, pero esta temporada no había podido refrendar su capacidad en las redes rivales.

El torneo avanzaba y el equipo marchaba a mitad de tabla. Y el calendario indicó visita a la capital azucarera a enfrentar al líder.

“Quedáte tranquilo que la próxima fecha vas a ser figura”, le alentó su compatriota, el portero Ayala. “Qué va, si van embalados porque son líderes. Además llevan varias fechas sin perder en casa”, respondió escéptico. “Pues ya veremos. Vamos a dar la sorpresa”.

El día anterior del partido, se hospedaron en un hotel en el centro de la ciudad. Se desveló pensando en su mala racha. Además, las tonadas de salsa que se oían a lo lejos le interrumpían el reposo. Finalmente pudo contemplar el sueño.

Y llegó el día: un domingo cálido, con un sol que abrasaba los cañaduzales al norte y sur de la ciudad. El campeón vigente se enfrentaba al líder. El sólido equipo del Doctor Ochoa contra la Amenaza Verde. Los anfitriones salieron a arrollar, pero se encontraron con una resistente defensa. Calentaba el sol. Y la tribuna, a reventar, alentaba por el local.

El Expreso Rojo tomó el balón. De la mano, o mejor, de los pies del Maestrico, empezó a tocar el esférico de un lado al otro. De pronto encontró una fisura en la defensa rival y metió un pase claro para el goleador. Era su ocasión. Controló la pelota y remató fuerte: Uhh, se fue por encima. “Tranquilo, tranquilo. Ya vendrán más ocasiones”, le dijo el capitán, chocándole la mano.

El verde retomó el control. Abría la cancha con Ferreira y Rodríguez, sus letales delanteros. El arquero visitante atajó un remate y sirvió rápido para Cañón. Este eludió a un rival y asistió a Cardoso, que le puso un pase a la red. ¡Goool de Santafecito Lindo!

Con el 1-0 terminó la primera mitad. El portero Ayala sintió una molestia y pidió el cambio. El veterano Manolín Pacheco lo sustituyó sin generar ninguna preocupación en el cuerpo técnico. Los dos eran excelentes porteros y la titular se alternaba entre ellos en una sana rivalidad. Así que Pacheco estaría a la altura del reto.

Tras la arenga del técnico, el goleador tomó un sorbo de agua, se pasó la mano por la cabeza para peinarse el cabello y pensó: “Este segundo tiempo es mi oportunidad”.

El equipo salió motivado para la segunda parte. Se estaba imponiendo al líder y, si conseguía estos dos puntos, podía seguir aspirando a la defensa del título en la última rueda del campeonato.

Los azucareros salieron con todo por el empate. Querían defender su plaza y tenían con qué. Pero la defensa visitante era toda una muralla. Además tenían al Maestrico, la estrella del fútbol bogotano y quien ya proyectaba su buen juego a la Selección. Justamente fue él quien tomó el balón en la mitad de campo y armó una jugada de ensueño. Tiró un túnel, una pared y miró al frente. Remató desde lejos y anotó. “¡¡¡Gol de Santa Fe!!!”, gritaron los locutores radiales, que desde la tribuna transmitían para los barrios bogotanos donde se seguía el partido.

“¡Gol, vamos, carajo!”, gritó el goleador, no sin pensar que él seguía en su mala racha.

Con el 2-0, el Doctor hizo el segundo cambio del equipo para reforzar el mediocampo. La diferencia daba confianza pero aún quedaba largo trecho por jugar. En la siguiente jugada, en un tiro de esquina, Pacheco saltó por el balón pero chocó con un delantero rival y quedó golpeado. El médico pidió el cambio por lesión, pero ya no había sustituciones. Habría que jugar con diez y sin arquero.

– Yo tapo- dijo el goleador.
– ¿Seguro?- le preguntó el capitán.
– Sí, tranquilo. Yo me hago cargo. Aguanten ustedes que yo me ocupo acá.

Tomó un buzo negro que le llevaron desde el banco, se puso los guantes y se plantó en la portería. Sacó lejos, pero el cuadro rival tomó pronto el balón, envalentonado con la baja rival y con la ventaja de un jugador más. El paraguayo Ferreira recibió la pelota, se dio media vuelta y lanzó un remate fuerte desde lejos… “Tapóoo el porterooo”, rugieron los locutores en sus micrófonos.

Esta vez sacó en corto. Recibió Waltinho, tocó al medio pero robó un rival. Invadieron el área con un ataque rápido. El improvisado guardameta cerró el ataque y atajó. “¡Bien, vamos!” gritaban desde el banco visitante, donde -con angustia- ya miraban el reloj, que parecía correr más lento de lo habitual.

Con sus guantes y buzo negros, emulaba a la Araña Negra, Lev Yashin, el legendario portero soviético, condecorado con el Balón de Oro recientemente. Figura de la primera Eurocopa que obtuvo su selección, se había hecho famoso por su atuendo totalmente negro. Con la misma seguridad de Yashin, el goleador sacó otro par de balones con los que bombardearon su área.

Incrédulos, los hinchas del Pascual desistieron de su bullaranga inicial. El sentimiento de resignación invadió a los jugadores locales, incapaces de batir al delantero reconvertido en guardameta. Así se esfumaron los minutos finales, que transcurrieron en un toque-toque de Cañón y los suyos. Llegó el pitazo final y Omar Lorenzo fue la figura, ya no anotando goles sino evitándolos en la portería. “En Santa Fe juego donde me pongan”, le dijo a los reporteros que fueron a buscarlo al acabar el partido. “Che, te dije que ibas a ser la figura”, le dijo su compañero Ayala entre risas, mientras de la tribuna bajaron los aplausos del público, sorprendido por su actuación.

*Publicado originalmente en Lgars.com.co

viernes, 15 de diciembre de 2017

El Salar de Uyuni, un planeta de una galaxia muy, muy lejana

El desierto de sal boliviano es una de las nuevas locaciones del octavo de episodio de Star Wars, "Los últimos Jedi"


Por Andrés Rodríguez
El País

Este año se conmemoran cuatro décadas desde que a un hombre llamado George Lucas, cuando tenía 33 años en 1977, se le ocurriera la creación de una singular ópera espacial que, sin saberlo, se convertiría en una saga multimillonaria y un fenómeno cultural en todo el mundo. Por supuesto que se trata de Star Wars. De la mente del creador de personajes icónicos como Darth Vader, influenciado por los cómics de Flash Gordon y los samuráis de Akira Kurosawa, nacieron personajes que acompañaron a distintas generaciones a través de una galaxia llena de parajes fantásticos e indómitos, capaces solo de existir en la imaginación. Muchos de los planetas que imaginó el también creador de Indiana Jones son pura fantasía. Sin embargo, muchos de ellos, aunque parezcan provenientes de una galaxia distante, fueron recreados en paisajes y locaciones propias del planeta Tierra.

Para Star Wars VIII: Los últimos Jedi, la más reciente entrega de la saga, lugares como Dubrovnik, Croacia, y Skellig Michael, en Irlanda, se convirtieron en Canto Bight y Ahch-To, respectivamente, dos planetas por los cuales los protagonistas se desenvolverán a medida que transcurra la historia, según dio a conocer Lucasfilm en un video promocional titulado Los mundos de Los últimos jedi. Latinoamérica no se queda atrás, ya que el tercer cuerpo celeste del universo creado por George Lucas se encuentra en Bolivia. El Salar de Uyuni, ubicado en el departamento de Potosí –al sur de la nación andina-, se constituye como Crait, uno de los mundos que “juega un papel clave en la película”, afirmó el director Rian Johnson en una entrevista a Entertainment Weekly.

Con una extensión de casi 11.000 kilómetros cuadrados, el Salar de Uyuni se encuentra a una altura de 3.663 metros sobre el nivel del mar. Esta rareza geográfica, casi completamente plana, estaba formada por lagos prehistóricos que se secaron hace miles de años y dejaron sus contenidos ricos en sal. Según algunas estimaciones, más de 10 mil millones de toneladas de sal cubren la región en la actualidad y se constituye como una de las principales reservas de litio en el mundo.

De acuerdo con varias fuentes, Johnson quiso representar al planeta Crait en una ubicación real, así como recrearon a Scarif, un mundo que cobró vida en las paradisiacas Maldivas en Rogue One: Una historia de Star Wars. ¿Su estrella natural perfecta? Nada menos que el desierto de sal más grande del planeta, que también obsesionó al cineasta alemán Werner Herzog en su retorno a Latinoamérica.

En Los últimos Jedi, Crait es el sitio de una base rebelde abandonada a la que la Resistencia huye después de los eventos de El despertar de la Fuerza. Con una similitud a la batalla librada en Hoth, en El Imperio Contraataca (1980), la maligna Primera Orden logra rastrear a los combatientes, comandados por la general Leia Organa –la fallecida Carrie Fisher–, para desplegar toda su artillería contra los protagonistas. El terreno salino en Crait permanece casi idéntico a como se ve realmente el Salar de Uyuni, con la diferencia de que la superficie del planeta es roja cubierta por una espesa costra de sal. “Crait comenzó con una idea muy gráfica de rojo debajo de blanco, y cómo eso podría transformarse durante el curso de una batalla”, explicó Johnson en una entrevista a la página web de Star Wars.

La parte visual de la batalla fue importante para el director de Looper. Cuando diseñaron los deslizadores esquí de la Resistencia, se buscó que tengan un parecido con los aviones de la Primera Guerra Mundial al momento de enfrentar a los transportes acorazados de la Primera Orden. “Quería que se sintieran realmente desvencijados [los deslizadores esquí]. En algún momento se nos ocurrió la idea de tener esta cabina abierta, como un biplano de la Primera Guerra Mundial. Sabía que tenían que tener este esquí estabilizador y levantar el color rojo para tener ese rociado como de moto acuática detrás de ellos”, afirmó el director.

Una serie de fotos se filtró en enero pasado, especulando que un equipo de Johnson rodó algunas escenas en Bolivia. Sin una confirmación oficial, muchos medios asumieron que el paisaje salino que se pudo ver en el primer avance de la película se trataba del Salar de Bonneville, en Utah; EE. UU., y no el de la nación andina.

 La producción del filme dio a conocer que para la recreación de Crait utilizó ambos sitios. Según cuentan los administradores de los distintos hoteles de sal que funcionan en el Salar de Uyuni, cerca de 20 personas del equipo de Johnson permanecieron en el lugar durante casi tres semanas. La producción mantuvo mucho secretismo durante su estadía, al punto de que cada uno llevaba la llave de su habitación. Asimismo pasó con las naves y diseños a escala que crearon en el lugar. Una vez que finalizó su uso, todas terminaron en la basura. Sin embargo, los artistas también dejaron esculturas de sal en los alojamientos como recuerdo de la película, según dieron a conocer El Deber y ATB.

La inclusión del Salar de Uyuni en el episodio 8 de la saga emocionó al público boliviano. Para conmemorar este hito, la Ministra de Culturas y Turismo de Bolivia, Wilma Alanoca, anunció que se erigirá una escultura, de una imagen que todavía no fue definida, en la localidad de Tahua. Esta será esculpida por artistas locales. "Entendemos que tenemos que aprovechar los millones de seguidores que tiene esta saga, el prestigio del Salar”, dijo Alanoca en una entrevista con el diario Los Tiempos. El Salar de Uyuni ya se había mostrado en la pantalla grande.

Los forajidos Butch Cassidy y The Sundance Kid ya recorrieron esta planicie salina en la película Blackthorn, protagonizada por el fallecido Sam Shepard. Y recientemente el actor mexicano Gael García Bernal, interpretando al doctor Fabio Cavani, se paseó por ese territorio para evitar un desastre ecológico en la última ficción de Herzog. Y ahora, el desierto de sal más grande del mundo, con esa peculiaridad alienígena, puede presumir de ser un planeta de una galaxia muy, muy lejana.