martes, 11 de febrero de 2014

Cóndores no entierran todos los días (1971)

Reseña de Luis Fernando Afanador
Revista Arcadia


Después de la muerte de Jorge Eliécer Gaitán y de la insurrección del ‘pueblo gaitanista’, los liberales y los conservadores pactaron la Unión Nacional alrededor del gobierno de Mariano Ospina Pérez. Este pacto se rompió por la presión de Laureano Gómez, que obligó al gobierno de Ospina a cerrar el Congreso e instaurar la hegemonía conservadora a través de la policía “chulavita”, la Iglesia y “los pájaros”, sicarios al servicio de ese partido. En 1950, durante el gobierno aún más dictatorial de Laureano Gómez, quien sucedió a Ospina –los liberales no participaron en las elecciones por falta de garantías–, se habían cometido en Colombia 50.000 asesinatos políticos, según los estudios de Paul Oquist y Daniel Pécaut. Tal es el contexto histórico en el cual se desarrolla Cóndores no entierran todos los días, la novela de Gustavo Álvarez Gardeazábal, una obra emblemática de la violencia partidista de aquella época, mejor conocida como La Violencia, con mayúsculas, para diferenciarla de otros periodos de la violencia colombiana.

El protagonista principal de Cóndores, León María Valencia, está inspirado en un personaje real, “un pájaro” de Tuluá y del norte del Valle. En realidad, un gran cabecilla, un cóndor, como lo bautiza Gertrudis Potes, otro personaje de la novela: “Pues si la amenaza son los pájaros, a lo que nos enfrentamos es a un cóndor”. León María es un cóndor terrible que impone un régimen del terror no solo contra los liberales sino contra cualquiera que ose cuestionar la autoridad conservadora o –en el caso de un periodista– simplemente tenga una foto de Gaitán. Sin embargo, el gran acierto de esta novela y donde se distancia de la historia, es en su capacidad de mostrar a León María no solo como un victimario sino como víctima. Él es el asesino que produce miedo pero también el que ha padecido miedo. Es un militante conservador en un pueblo de mayoría liberal, un humilde quesero que soportó la discriminación laboral por su filiación política y en medio de sus frecuentes ataques de asma siente pánico de morir en la calle, solo, sin su familia, rodeado de desconocidos. Y en un momento dado tuvo arrestos de héroe: detuvo a la enfurecida turba gaitanista cuando iba a destruir el colegio de los salesianos.

Cóndores no entierran todos los días recrea como ninguna otra novela colombiana la violencia partidista de los años cincuenta y la complejiza mostrando el punto de vista de ambos bandos, con lo cual evita caer en el maniqueísmo y en el panfleto. Como toda buena obra literaria, le deja ese juicio al lector.